El señor K y su mujer no eran viejos. Tenían la tez clara, un poco parda, de casi
todos los marcianos; los ojos amarillos y rasgados, las voces suaves y musicales.
En otro tiempo habían pintado cuadros con fuego químico, habían nadado en
los canales, cuando corría por ellos el licor verde de las viñas y habían hablado
hasta el amanecer, bajo los azules retratos fosforescentes, en la sala de las
conversaciones.
Ahora no eran felices.
Aquella mañana, la señora K, de pie entre las columnas, escuchaba el hervor
de las arenas del desierto, que se fundían en una cera amarilla, y parecían fluir
hacia el horizonte.
Algo iba a suceder.
La señora K esperaba.
Miraba el cielo azul de Marte, como si en cualquier momento pudiera
encogerse, contraerse, y arrojar sobre la arena algo resplandeciente y maravilloso.
Nada ocurría.
Cansada de esperar, avanzó entre las húmedas columnas. Una lluvia suave
brotaba de los acanalados capiteles, caía suavemente sobre ella y refrescaba el
aire abrasador. En estos días calurosos, pasear entre las columnas era como
pasear por un arroyo. Unos frescos hilos de agua brillaban sobre los pisos de la
casa. A lo lejos oía a su marido que tocaba el libro, incesantemente, sin que los
dedos se le cansaran jamás de las antiguas canciones.
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- Creí oírte gritar.
- ¿Grité? Descansaba y tuve un sueño.
- ¿Descansabas a esta hora? No es tu costumbre. La señora K seguía sentada, inmóvil, como si el sueño, le hubiese golpeado el rostro.
- Un sueño extraño, muy extraño - murmuró.
- Ah. Evidentemente, el señor K quería volver a su libro.
- Soñé con un hombre - dijo su mujer
- ¿Con un hombre?
- Un hombre alto, de un metro ochenta de estatura
- Qué absurdo. Un gigante, un gigante deforme.
- Sin embargo... - replicó la señora K buscando las palabras -. Y... ya sé que creerás que soy una tonta, pero... ¡tenía los ojos azules!
- ¿Ojos azules? ¡Dioses! - exclamó el señor K
- ¿Qué soñarás la próxima vez? Supongo que los cabellos eran negros.
- ¿Cómo lo adivinaste? - preguntó la señora K emocionada.
El señor K respondió fríamente:
- Elegí el color más inverosímil.
- ¡Pues eran negros! - exclamó su mujer -. Y la piel, ¡blanquísima! Era muy extraño. Vestía un uniforme raro. Bajó del cielo y me habló amablemente.
- ¿Bajó del cielo? ¡Qué disparate!
- Vino en una cosa de metal que relucía a la luz del sol - recordó la señora K, y cerró los ojos evocando la escena -. Yo miraba el cielo y algo brilló como una moneda que se tira al aire y de pronto creció y descendió lentamente. Era un aparato plateado, largo y extraño. Y en un costado de ese objeto de plata se abrió una puerta y apareció el hombre alto.
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- Creí oírte gritar.
- ¿Grité? Descansaba y tuve un sueño.
- ¿Descansabas a esta hora? No es tu costumbre. La señora K seguía sentada, inmóvil, como si el sueño, le hubiese golpeado el rostro.
- Un sueño extraño, muy extraño - murmuró.
- Ah. Evidentemente, el señor K quería volver a su libro.
- Soñé con un hombre - dijo su mujer
- ¿Con un hombre?
- Un hombre alto, de un metro ochenta de estatura
- Qué absurdo. Un gigante, un gigante deforme.
- Sin embargo... - replicó la señora K buscando las palabras -. Y... ya sé que creerás que soy una tonta, pero... ¡tenía los ojos azules!
- ¿Ojos azules? ¡Dioses! - exclamó el señor K
- ¿Qué soñarás la próxima vez? Supongo que los cabellos eran negros.
- ¿Cómo lo adivinaste? - preguntó la señora K emocionada.
El señor K respondió fríamente:
- Elegí el color más inverosímil.
- ¡Pues eran negros! - exclamó su mujer -. Y la piel, ¡blanquísima! Era muy extraño. Vestía un uniforme raro. Bajó del cielo y me habló amablemente.
- ¿Bajó del cielo? ¡Qué disparate!
- Vino en una cosa de metal que relucía a la luz del sol - recordó la señora K, y cerró los ojos evocando la escena -. Yo miraba el cielo y algo brilló como una moneda que se tira al aire y de pronto creció y descendió lentamente. Era un aparato plateado, largo y extraño. Y en un costado de ese objeto de plata se abrió una puerta y apareció el hombre alto.
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