lunes, 25 de septiembre de 2017

CONTINUAMOS LEYENDO

Hola, de nuevo. ¿Hay alguien por ahí?
Este verano ha sido de mucha lectura y juegos, seguro. Ahora empieza el cole, y con él.... ¡La biblioteca!
 Lo sé. Estáis deseando comenzar a visitarla. Un poco de calma, por favor. Que no cunda el pánico. Vuestros tutores os informarán del horario y el día en que comenzaréis. 
      - ¡Oh, cielos! ¿Y mientras qué hago?
No problem, my friend. Yo estoy aquí para proporcionaros una lecturita corta y chula. Ya hemos comenzado el otoño, así que un pequeño recuerdo para las vacaciones de verano.
¿Y qué mejor que leer sobre la isla de las vacaciones eternas?
 Ahí tenéis un capítulo de Peter Pan.
¡Espero que lo disfrutéis!

Capítulo 9: El ave de Nunca Jamás
Lo último que oyó Peter antes de quedarse solo fue a las sirenas
retirándose una tras otra a sus dormitorios submarinos.
fish, flawless, hair, mermaids, perfect, peterpan
 Estaba demasiado lejos
para oír cómo se cerraban sus puertas, pero cada puerta de las curvas de coral
donde viven hace sonar una campanita cuando se abre o se cierra (como en las
casas más elegantes del mundo real) y sí que oyó las campanas.
Las aguas fueron subiendo sin parar hasta tocarle los pies y para pasar el
rato hasta que dieran el trago final, contempló lo único que se movía en la
laguna. Pensó que era un trozo de papel flotante, quizás parte de la cometa y
se preguntó distraído cuánto tardaría en llegar a la orilla. Al poco notó con
extrañeza que sin duda estaba en la laguna con algún claro propósito, ya que
estaba luchando contra la marea y a veces lo lograba y cuando lo lograba,
Peter, siempre de parte del bando más débil, no podía evitar aplaudir: qué
trozo de papel tan valiente.
En realidad no era un trozo de papel: era el ave de Nunca Jamás, que hacía
esfuerzos denodados por llegar hasta Peter en su nido. Moviendo las alas, con
una técnica que había descubierto desde que el nido cayó al agua, podía hasta
cierto punto gobernar su extraña embarcación, pero para cuando Peter la
reconoció estaba ya muy agotada. Había venido a salvarlo, a darle su nido,
aunque tenía huevos dentro. La actitud del ave extraña bastante, porque
aunque Peter se había portado bien con ella, también a veces la había
martirizado. Me imagino que, al igual que la señora Darling y todos los demás,
se había enternecido porque conservaba todos los dientes de leche.
Le explicó a gritos por qué había venido y él le preguntó a gritos qué
estaba haciendo allí, pero por supuesto ninguno de los dos entendía el lenguaje
del otro. En las historias imaginarias las personas pueden hablar con los
pájaros sin problemas y en este momento desearía poder fingir que ésta es una
historia de ese tipo y decir que Peter contestó con inteligencia al ave de Nunca
Jamás, pero es mejor decir la verdad y sólo quiero contar lo que pasó en
realidad. Pues bien, no sólo no podían entenderse, sino que además acabaron
por perder la compostura.
-Quiero-que-te-metas-en-el-nido- -gritó el ave, hablando lo más claro y
despacio posible-, y-así-podrás-llegar-ala-orilla, pero-estoy-demasiadocansada-
para-acercarlo-más-así-que-tienes-que-tratar-de-nadar-hasta-aquí.
-¿Qué estás graznando? -respondió Peter-. ¿Por qué no dejas que el nido
flote como siempre?
-Quiero-que -dijo el ave y lo volvió a repetir todo. Entonces Peter trató de
hablar claro y despacio.
-¿Qué-estás-graznando? -y todo lo demás.
El ave de Nunca Jamás se enfadó: tienen muy mal genio.
-Pedazo de zoquete -chilló-, ¿por qué no haces lo que te digo?
A Peter le dio la impresión de que lo estaba insultando y se arriesgó a
replicar con vehemencia:
-¡Eso lo serás tú!
Entonces, curiosamente, los dos soltaron la misma frase:
-¡Cállate!
-¡Cállate!
No obstante, el ave estaba decidida a salvarlo si podía y con un último y
fenomenal esfuerzo arrimó el nido a la roca. Entonces levantó el vuelo,
abandonando sus huevos, para hacer clara su intención. En ese momento por
fin lo entendió él y agarró el nido y saludó dando las gracias al ave mientras
ésta revoloteaba por encima. Sin embargo, no era por recibir su
agradecimiento por lo que flotaba en el cielo, ni siquiera era para ver cómo se
metía en el nido: era para ver qué hacía con los huevos. Había dos grandes
huevos blancos y Peter los cogió y reflexionó. El ave se tapó la cara con las
alas, para no ver el fin de sus huevos, pero no pudo evitar atisbar por entre las
plumas.
No recuerdo si os he dicho que había un palo en la roca, clavado hacía
mucho tiempo por unos bucaneros para marcar el lugar donde estaba enterrado
un tesoro. Los niños habían descubierto el reluciente botín y cuando tenían
ganas de travesuras se dedicaban a lanzar lluvias de moidores, diamantes,
perlas y monedas de cobre a las gaviotas, que se precipitaban sobre ellos
creyendo que era comida y luego se alejaban volando, rabiando por la faena
que les habían hecho. El palo seguía allí y en él había colgado Starkey su
sombrero, un encerado hondo e impermeable, de ala muy ancha. Peter metió
los huevos en este sombrero y lo echó al agua. Flotaba perfectamente.
El ave de Nunca Jamás se dio cuenta al instante de lo que pretendía y le
soltó un chillido de admiración y, ay, Peter graznó mostrando su acuerdo.
Luego se metió en el nido, colocó en él el palo como un mástil y colgó su
camisa como vela. En ese mismo momento el ave bajó volando hasta el
sombrero y una vez más se posó confortablemente sobre sus huevos. Se fue a
la deriva en una dirección y Peter se alejó flotando en otra, ambos soltando
gritos de júbilo.
Por supuesto, cuando Peter llegó a tierra varó su embarcación en un lugar
donde el ave pudiera encontrarla fácilmente, pero el sombrero funcionaba tan
bien que ésta abandonó el nido. Éste fue flotando a la deriva hasta hacerse
trizas y Starkey llegaba a menudo a la orilla de la laguna y, lleno de amargura,
contemplaba al ave sentada en su sombrero. Como ya no volveremos a verla,
puede que merezca la pena comentar que ahora todos los pájaros de Nunca
Jamás construyen sus nidos de esa forma, con un ala ancha en la que toman el
aire los polluelos. Hubo gran alegría cuando Peter llegó a la casa subterránea
casi tan pronto como Wendy, a quien la cometa había llevado de un lado a
otro. Cada uno de los chicos tenía una aventura que contar, pero quizás la
aventura más grande de todas fuera que se les había pasado con mucho la hora
de irse a la cama. Esto los envalentonó tanto que intentaron diversos trucos
para conseguir quedarse levantados aún más tiempo, tales como pedir vendas,
pero Wendy, aunque se regocijaba de tenerlos a todos de nuevo en casa sanos
y salvos, estaba escandalizada por lo tarde que era y exclamó: «A la cama, a la
cama» en un tono que no quedaba más remedio que obedecer. Sin embargo, al
día siguiente estuvo cariñosísima y les puso vendas a todos y estuvieron
jugando hasta la hora de acostarse a andar cojeando y llevar el brazo en
cabestrillo.
Resultado de imagen de Wendy y niños perdidos

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